(Este post está relacionado con uno anterior, que puedes volver a leer pinchando AQUÍ )
No me deja en paz. Sólo quiere que esté junto a ella… Yo creo que se pone celosa cuando me acuesto sobre la panza de Alejandro…
Dama, esto. Dama, lo otro... Dama, no ladres... No puede entender que así es como hablo yo... Incitándome continuamente a que coma, a que beba agua, tengo que ponerme en guardia por la mañana para que deje mi rincón en paz. No entiendo por qué insiste tanto en que termine la comida, si a mí me apetece dejar un poco para la tarde. Debería recordar que el resto del día no me vuelve a llenar el Tupperware…, y que el día tiene ¡veinticuatro horas!
Y luego se empeña en que le lleve la pelota veinte veces. Y lo más gracioso es que se la llevo y la vuelve a lanzar… No hay quien la entienda… ¿Quiere la pelota o no la quiere? Porque si no es así, que me deje tranquila y que no me la pida, que con estos calores yo no tengo ganas ni de moverme… Menos mal que siempre tengo agüita para beber, porque hasta la garganta se me seca…
Ahora que tengo el pelo corto, me importa menos que me peine, me dejo hacer. Pero mira que es obstinada… Cuando la veo sacar el cepillo, ya doy un rechazo, se pensará ella que no me duelen los tirones… Ahora menos, porque el otro día me llevó a la peluquería y me cortaron la melena.
Que, por cierto, no me gusta nada que me deje allí una hora “sufriendo torturas”. Aunque luego salga “toda guapita”, como dice ella, y perfumada. Que no, que no me gusta. Yo, antes de llegar a la puerta, ya voy reculando, pero en cuanto me suben a la mesa, ya no puedo hacer nada más que aguantarme y esperar a que vuelva a recogerme…
En fin, cómo se nota que Ligia no tiene ahora otra cosa que hacer que estar pendiente de mí. A veces me da pena de ella, cuando la veo todo el día sola, así que voy y me acuesto en el sillón a su lado para que no crea que la olvido. Entonces me acaricia o me hace cosquillas, y yo la dejo hacer, para que siga pensando que es ella la que me cuida y no al contrario.
Otras veces está muy concentrada en el ordenador. Entonces estoy un rato mirándola fijamente hasta que llamo su atención para que me dé una galletita después de hacer “mis cositas” (como dice ella) en el periódico. Sé que de vez en cuando disimula, y hace como que no me ha visto, pero yo tengo más paciencia que ella y al final la hago levantarse, para que camine de vez en cuando, que también le hace falta…
Ahora, eso sí, en cuanto viene mi dueño a buscarme, salto a la puerta en un periquete y no me despido ni de veinte Ligias que se me pongan delante. Aquí lo paso bien, pero no tanto…

Dama, esto. Dama, lo otro... Dama, no ladres... No puede entender que así es como hablo yo... Incitándome continuamente a que coma, a que beba agua, tengo que ponerme en guardia por la mañana para que deje mi rincón en paz. No entiendo por qué insiste tanto en que termine la comida, si a mí me apetece dejar un poco para la tarde. Debería recordar que el resto del día no me vuelve a llenar el Tupperware…, y que el día tiene ¡veinticuatro horas!
Y luego se empeña en que le lleve la pelota veinte veces. Y lo más gracioso es que se la llevo y la vuelve a lanzar… No hay quien la entienda… ¿Quiere la pelota o no la quiere? Porque si no es así, que me deje tranquila y que no me la pida, que con estos calores yo no tengo ganas ni de moverme… Menos mal que siempre tengo agüita para beber, porque hasta la garganta se me seca…
Ahora que tengo el pelo corto, me importa menos que me peine, me dejo hacer. Pero mira que es obstinada… Cuando la veo sacar el cepillo, ya doy un rechazo, se pensará ella que no me duelen los tirones… Ahora menos, porque el otro día me llevó a la peluquería y me cortaron la melena.
Que, por cierto, no me gusta nada que me deje allí una hora “sufriendo torturas”. Aunque luego salga “toda guapita”, como dice ella, y perfumada. Que no, que no me gusta. Yo, antes de llegar a la puerta, ya voy reculando, pero en cuanto me suben a la mesa, ya no puedo hacer nada más que aguantarme y esperar a que vuelva a recogerme…
En fin, cómo se nota que Ligia no tiene ahora otra cosa que hacer que estar pendiente de mí. A veces me da pena de ella, cuando la veo todo el día sola, así que voy y me acuesto en el sillón a su lado para que no crea que la olvido. Entonces me acaricia o me hace cosquillas, y yo la dejo hacer, para que siga pensando que es ella la que me cuida y no al contrario.
Otras veces está muy concentrada en el ordenador. Entonces estoy un rato mirándola fijamente hasta que llamo su atención para que me dé una galletita después de hacer “mis cositas” (como dice ella) en el periódico. Sé que de vez en cuando disimula, y hace como que no me ha visto, pero yo tengo más paciencia que ella y al final la hago levantarse, para que camine de vez en cuando, que también le hace falta…
Ahora, eso sí, en cuanto viene mi dueño a buscarme, salto a la puerta en un periquete y no me despido ni de veinte Ligias que se me pongan delante. Aquí lo paso bien, pero no tanto…